El experto piloto Enrique Carrió falleció el 28 de agosto al estrellarse la avioneta de extinción de incendios que pilotaba. Su amigo Antonio Ávila le dedica estas palabras. La avioneta contra incendios que pilotaba Enrique Carré se estrelló en la ladera mallorquina donde participaba en la extinción de un fuego. Falleció. A veinte kilómetros de un pueblecito perdido en la inmensidad de América, entre el Río Uruguay y el Río Negro, en una ruta secundaria por la que circulaban camiones cargados de ganados, hace ahora diez años, andaba con MI AMIGO en un pequeño coche alquilado que yo conducía. Al girar hacia la izquierda para entrar en un camino que se iniciaba en curva con cambio de rasante, uno de esos camiones cargado de ganado que circulaba a gran velocidad, estuvo a punto de llevarse por delante el pequeño automóvil y sus ocupantes. El chófer del camión, con una hábil maniobra hacia la derecha, logró desviarse por el arcén y por escasos centímetros nos libramos de un atropello en el que con toda seguridad habríamos fenecido.

Hoy, transcurridos diez años, han cambiado el ganado por troncos de eucaliptos y pasan todos los días cientos de camiones, sin que les haya quedado más solución que desviar y ampliar aquel peligroso lugar en el que con toda seguridad nos hubiesen destrozado y habría sido la tumba de MI AMIGO y mía.

Cuando se nos pasó el gran susto, me dijo MI AMIGO: Antonio, hemos de actuar por procedimiento, nunca por rutina, como en aviación, el que no actúa por procedimiento, comete muchos errores.

A finales del año 2004 escribí que, en la esquina noreste de mi casa en Menorca, había -y sigue estando- una hermosa y frondosa encina de raíces robustas y profundas de más de doscientos años, que esa Navidad iluminé con múltiples bombillas blancas, que se encendían al anochecer y se apagaban de madrugada.

Cuando miraba sus tupidas ramas repletas de luminosidad, me imaginaba que en cada luz figuraba el nombre de un amigo. Los de cerca y los de lejos, los de siempre y los de ahora, los que veía a menudo y los que raramente encontraba, los que recordaba y los que a veces olvidaba. Los constantes y los inconstantes. Los de las horas alegres y los de las horas difíciles.

Cuando amanecía, observaba cómo lentamente se iban apagando luces y me acordaba de todos, cerraba los ojos e iban apareciendo en mi mente nombres y caras de los que pasasteis por mi vida.

Nunca más volveré a colocar luces en la encina, porque la luz que más resplandecía, la que a todas horas permanecía encendida, el día 28 del mes 8 del año 2005, cuyo M.C.D. suma 7, que es el número mágico de La Biblia, se ha fundido en la tierra. Pero tu luminosidad COMANDANTE, sigue navegando por los cielos como el gran Aviador del Universo.

MI AMIGO, ÉL, que siempre ayudó a todos aunque no se lo pidiésemos -y fuimos muchos los favorecidos-, cuando ÉL verdaderamente nos necesitó, no le respondimos. El maldito materialismo vence todos los sentimientos. Unos por ambición, avaricia y egoísmo, otros por miserables, mezquinos y ruines, que decían ser amigos y cuyos pronunciamientos y expresiones los han desmentido, sus perjurios comportamientos, forzaron a MI AMIGO, a emprender en solitario, una nueva, aventurada y difícil ruta, sin curvas ni rasantes, pero más peligrosa que aquella de la que nos libramos hace diez años. A pesar todo, sus procedimientos, conocimientos y habilidades no le sirvieron en esta ocasión para evitar el riesgo, y dejó su vida entre el cielo y la tierra.

¡Qué inútiles y tardías son las lágrimas que se han vertido para demostrar hipócritas pruebas de afecto!

A TI, MI GRAN AMIGO, EN RECUERDO DE TU EXTRAORDINARIA CALIDAD HUMANA Y PROFESIONAL, Y EN MEMORIA DE NUESTRA AMISTAD, TU NOMBRE PERMANECERÁ GRABADO AL FUEGO EN EL TRONCO DE UN ALGARROBO COLGADO A TRES METROS DE ALTURA, A LA ENTRADA DE AQUÉL CAMINO DEL QUE NOS LIBRAMOS DE UNA MUERTE SEGURA HACE DIEZ AÑOS Y QUE DESDE AHORA SE LLAMARÁ
ENRIQUE CARRÉ.

Por expreso deseo del autor, se ha respetado la tipografía utilizada.